Límites: cómo y cuándo

Guardianes | Escucha·Protege·Atiende

«Ser emocionalmente maduro significa permanecer abierto para reconocer y sanar nuestras propias heridas emocionales».

Peter A. Levine

 

Saber cómo y cuándo poner límites a niñas, niños o adolescentes es indispensable para que logren un buen desarrollo cerebral y de su personalidad. La función inmediata de un límite bien puesto es la protección y la seguridad, pero a largo plazo es prepararlos para saber tomar decisiones y recuperarse de las dificultades, es decir, ser resilientes.

Establecer límites es un tema que nos cuesta trabajo abordar. La principal razón es que nos confronta con nuestra propia historia. Peter A. Levine, especialista en traumas del desarrollo, dice que «si tus padres no cumplieron con tus necesidades críticas, ya sea por una falta de habilidad o por un indiscutido abuso, puedes tener la certeza de que tu hijo tocará cada una de tus teclas de desarrollo», es decir, las heridas o fibras sensibles que quedaron en nuestra memoria por las experiencias vividas en nuestra crianza.

Esto nos puede hacer sentir dudosos, desconfiados e inseguros al establecer límites, incluso nos puede llevar a la creencia errónea de que para lograr que nuestras/os hijas/os sean buenos, primero debemos hacerlos sentir mal; y usar como primer recurso los regaños, castigos, gritos, amenazas y golpes; experiencias que pudimos haber vivido en nuestra infancia y adolescencia.

Por ello, lo primero que debemos hacer es encargarnos de nuestras heridas de la infancia y de las interpretaciones que les dimos a nuestras experiencias. De lo contrario, transmitiremos inconscientemente nuestros miedos e inseguridades a nuestras/os hijas/os al momento de educarlos o disciplinarlos, lo que frecuentemente resulta en algún tipo de maltrato.

Por otro lado, debemos considerar que tanto la falta de límites como el exceso puede perjudicar la autoestima, identidad y autonomía del infante o adolescente, provocando que con la falta de límites se sienta desorientado, abrumado y abandonado; mientras que con el exceso se sienta incapaz, inseguro, dependiente y que nada de lo que haga es suficiente.

Los límites son importantes también porque crean un espacio seguro en el que pueden explorar, curiosear, actuar e interactuar, probar, equivocarse y volverse a equivocar para reconocer sus habilidades, capacidades y características personales que les ayudarán a descubrir quiénes son y a desarrollar su autoconcepto.

¿Cómo y cuándo establecer límites?

No hay una receta universal, pero sí algunos pasos que podemos seguir, por ejemplo, cuando están corriendo por toda la casa, riéndose y gritando; y nosotros teniendo que atender una llamada.

  1. Usar el enojo para actuar con firmeza. El enojo surge cada vez que sucede algo que no queríamos que sucediera y nos invita a poner un límite; en el caso de la crianza, puede ir acompañada de miedo o preocupación. Para ser firmes necesitamos cierta dosis de enojo, pues es el que nos indica la conducta o situación que queremos detener.

Ser firmes no es ser rígidos, sino tener la certeza de aquello que debemos limitar y sostener que se cumplan las reglas; esto es les dará estabilidad emocional y seguridad, pues sabrán qué se puede hacer y qué no.

Es natural sentirse enojado cuando están corriendo por todos lados, pues nos molesta que nos interrumpan y nos da miedo que se lastimen. Si no hacemos caso a nuestro enojo, nos levantaremos gritando y amenazando; pero si a la menor molestia aceptamos que debemos poner un alto, lo haremos con firmeza, sin titubeos y sin violencia.

  1. Usar la conexión. Conectar con sus emociones y necesidades les enseña que es válido lo que sienten y piensan; y nos ayuda a tomar en cuenta la razón por la que hicieron lo que hicieron. Para ello, es necesario conectar con nuestras propias emociones y de ese modo evitar juicios, críticas y castigos; como resultado crearemos un ambiente de seguridad y confianza que abra canales de comunicación.

En este ejemplo, la conexión nos permite reconocer que algo les sucede a nuestras/os hijas/os para que estén tan inquietos, quizá están aburridos o ansiosos.

  1. Usar la amabilidad. Esta virtud habla de la capacidad que tenemos para ser maleables, comprensivos y compasivos con ellas y ellos; además de ayudarnos a resolver la situación desde el amor y no desde nuestros miedos. Nos permite ser flexibles y saber negociar algunos límites de acuerdo con su edad, sin poner en riesgo su integridad ni la estabilidad familiar.

Por ejemplo, acordar con calma lo que sí pueden hacer para sacar su energía, como jugar en el patio.

  1. Usar la frustración. El manejo de la frustración es un atributo o beneficio que obtienen cuando la firmeza y la amabilidad son empleadas con equilibrio. Una niña, niño o adolescente que sabe manejar su frustración estará bien equipado para afrontar las dificultades de la vida y ser resiliente.

Seguramente, se enojarán y se quejarán porque será frustrante para ellas/os; sin embargo, si te mantienes en el acuerdo con firmeza, sin regaños ni gritos, terminarán adaptándose a lo nuevo y desarrollando resiliencia.

Recordemos siempre que los límites bien empleados fortalecerán la seguridad, confianza y autonomía de niñas, niños y adolescentes; y ello requiere de un trabajo profundo y personal de nuestra parte con el que aprendamos a educar y criar desde el amor y no desde el miedo.

 

Marcela Cuevas Vázquez.

 

Para saber más:

- Siegel, D. (2014). Disciplina sin lágrimas. Ediciones B.

- Levine, P. y Maggie, K. (2017). Tus hijos a prueba de traumas. Eleftheria.

- Nelsen, J. (2009). Disciplina positiva. Ediciones Ruz.

- Siegel, D. y Payne, T. (2018). El cerebro afirmativo del niño. Penguin Random House.

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